Carta del director

En junio volveremos a tener elecciones al gobierno de España. No se sabe qué pasará a ciencia cierta, aunque parece probable que los resultados sean bastante parecidos a los de las celebradas el pasado veinte de diciembre del pasado año. En esta tesitura, los candidatos tendrían que volver a intentar ponerse de acuerdo para formar gobierno.

En esos términos, los programas referidos a educación vuelven a ser la prioridad de todos los partidos, con grandes promesas sobre el papel, que a saber en qué quedaran una vez accedan al gobierno. Las proposiciones a priori suenan bien, a música celestial en la mayoría de los casos, pero en la práctica ya se sabe que suelen quedar bastante recortadas. Si el programa es ambicioso, puede que se marquen algunas líneas a seguir con grandes propósitos, sobre las que nos podremos hacer una idea aproximada de lo que se pretende. Pero la generalidad es lo que abunda. Sobre esa generalidad conscientemente pensada y mermada, tenemos que emitir un voto prácticamente a ciegas.

Lo que sí sabemos es que las humanidades no son una prioridad. Las continuas mutilaciones a sus contenidos las dejan de meros testigos mudos del peligroso axioma por el cual si no se puede cuantificar, no sirve. Es incomprensible el porqué de estas circunstancias. La música entre otras, ha sido víctima de esta dinámica en la educación obligatoria. De su propia indefinición como estudios reglados, especialmente los superiores, ya ni hablamos.

La cultura, después de los sucesivos recortes, vuelve a verse afectada en un 3% adicional, resultado del déficit público, lo que la condena a la situación de simple y llana supervivencia de las estructuras que ya existen, con poco margen de reactivación  y miras de futuro. En medio de estas vicisitudes, parece observarse, además, una incipiente (y preocupante) tendencia de los encargados de programación pública sobre la idoneidad de asistencia de público como valor muy importante para justificar la programación de  un evento, cuestión que podría ser peliaguda por los resultados invisibles que podría generar en la gran cultura.

Sin saber quién nos gobernará en breve, esperemos que sean portadores de un mínimo de sensibilidad, especialmente hacia ésta última. España ha sido uno de los países europeos con más recortes en el sector desde que comenzó la crisis. Peligrosa apuesta, curiosamente, sobre una de las parcelas más interesantes desde el punto de vista económico.