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En 1929, el editor alemán especializado en partituras para films mudos Heinrichshofen propone un encargo experimental a varios compositores de música autónoma: realizar una obra «como si estuviera pensada para el cine». Arnold Schönberg acepta la sugerente idea y compone, entre el 15 de octubre de 1929 y el 14 de febrero de 1930, su Música para una escena cinematográfica op. 34.