Se cuenta que, hace muchos años, durante un concierto con obras de estudiantes de composición, una persona le preguntó a otra: “están tocando tu obra, ¿verdad?”. “No”, contesta, “es la tuya”. “¿La mía? Espera… no, creo que es la tuya, ¿eh?”. “¿La mía?”…
La anécdota (real o ficticia, eso ya no se podrá saber), contada en más de una versión, alude a una situación por la que pasan muchos estudiantes de composición (e incluso los que se dedican a ello profesionalmente): escribir una obra y “olvidar” momentáneamente que así suena o que así es la partitura. Ahora bien, ¿por qué sucede esto? La causa encierra algo de ironía: el compositor se ha esforzado en insuflarle vida a su obra hasta hacerla irreconocible y no es menos cierto que en todo proceso de creación el autor deja de ser él mismo y tiene que volverse a encontrar. Dicho esto, podemos entresacar de esta anécdota algunas cuestiones: ¿qué pasa si un compositor deja de ser reconocible en su obra? ¿Puede él reconocerse a sí mismo? (o dicho de otro modo, qué forja la identidad de un autor en las creaciones que va dejando atrás) ¿a qué llamamos identidad si un compositor decide controlar su obra hasta el punto de perderse en ese gesto? ¿Qué hay de propio en la intuición de cada uno si esta no responde a nuestras decisiones?
Carlos Porras García es licenciado en la Facultad de Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Actualmente es profesor en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades (Moscú).