En el recién estrenado 2017, y, como es tradicional en el día de año nuevo, se celebra uno de los conciertos más esperados y mediáticos, al menos dentro del mundo de nuestra música clásica, y que casi se está convirtiendo en un icono más dentro de este inventado cuento de navidad occidental.
Un evento que nace en 1941, y que aunque en un principio fue un hecho exclusivamente local, gracias a la televisión se empezó a popularizar allá por los años 60 del pasado siglo. Un concierto creado a la sombra del aparato nazi y que, por supuesto, perseguía ensalzar la música que ellos pensaban más adecuada con sus ideas. Eso fue al principio. Hoy afortunadamente, despejado el pasado, podemos disfrutar de un concierto estupendo, con los directores más reconocidos, con una de las mejores orquestas del mundo y en una sala de ensueño.
Sin duda es un acto que trasciende lo meramente musical. Tiene todos los aditamentos necesarios para encajar perfectamente como cita ineludible (si te lo pierdes estás fuera de la moda), y poco a poco se ha ido convirtiendo en una estampa más, en una necesidad más.
Esto, que no es ni bueno ni malo, ha empezado a generar algunas controversias, tales como si la música realmente es la mejor, si hace falta ese despliegue mediático de directores, y temas de este calado alrededor del producto musical.
Hacer que muchos miles de personas vean un concierto con una orquesta y en una sala de primer orden siempre es una buena noticia. Lo del producto puede ser discutible, aunque enganchar al público siempre es un dato bien recibido, se mire por donde se mire. Es probable que de ahí parta algún interés en seguir investigando en este fantástico mundo de la música clásica. Nunca se sabe por qué una persona decide seguir adelante cuando algo le atrae.
Ahora que también se pone en entredicho el modelo tradicional de concierto, con el fin de buscar elementos atractivos al público que lo acerquen a la experiencia de la música, si una de las posibles fórmulas llega de la mano de un producto meticulosamente pensado para una gran mayoría -supuestamente- no demasiado bien formada, no creo que se deba pensar demasiado en la idoneidad del contenido y su presentación, y si en una posible bondad del modelo que atraiga de manera insospechada a futuros oyentes. Aunque sea a base de repetir el patrón más estereotipado.