En este demorado número de mayo, de la mano de un calor cada vez más evidente y que barrunta un merecido periodo vacacional, incorporamos como hecho a destacar la inclusión de jóvenes estudiantes de musicología como articulistas.
Una de las líneas de trabajo más importantes de Taller Sonoro es el apoyo incontestable a los jóvenes compositores. De igual manera parece consecuente continuar ese soporte con las nuevas generaciones de futuros musicólogos que se están formando en nuestros conservatorios, ofrecer un espacio donde puedan empezar –puede que por primera vez- a plasmar la primera evidencia de su trabajo y reflexiones. En este número incorporamos tres artículos firmados por alumnas del Conservatorio Superior de Música “Óscar Esplá” de Alicante.
En otro orden de cosas, viene a la cabeza de nuevo el debate sobre qué hacer para atraer al público a las salas de concierto. Soluciones se están formulando muchas, y esfuerzos reales se están dedicando por parte de los músicos y programadores.
Constituir programas atrayentes, con altas dosis de buena música y rigor y seriedad en la programación, debe ser la primera de las consignas. A partir de aquí la imaginación será un factor fundamental, incidiendo en los aspectos que cada cual considere oportunos para que ese componente extra se convierta en algo atractivo para el público.
En Suiza, en el fantástico Forum Wallis, hemos podido asistir a numerosos conciertos de consagrados grupos europeos. Se han visto avances en ese sentido. Bien con propuestas escénicas o de interacción con el público o bien con obras que formulan desde su esencia una mixtura de elementos reconocibles o incluso amables para el gran público, sin perder los recursos esenciales del lenguaje actual. También el concepto de espectáculo integral, con más de un componente artístico en escena y que acapare aspectos más cotidianos o reconocibles importados desde otras músicas o incluso manifestaciones artísticas.
En cualquier caso será complejo encontrar una fórmula que enganche a una mayoría de público, ya que la “música clásica” encierra en su propio universo un componente de escucha activa que implica una cierta complejidad y necesidad de reflexión que no está al alcance de un modo de vida cada vez más creciente y que apunta justo al sentido contrario; a no ser que una buena educación lo remedie.