Mientras en la primera mitad del siglo XX europeo el mayor interés de los compositores estuvo en la búsqueda de nuevas sonoridades tímbricas y en la novedad del mundo atonal, en Cuba, la principal inclinación estuvo en la vanguardia afrocubanista, que se encauzó a encontrar y organizar la herencia folclórica como elemento más atrevido de la producción de la música de conciertos. A manos de nuestros grandes Amadeo Roldán (1900-1939) y Alejandro Caturla (1906-1940), la vanguardia logró la síntesis de elementos musicales y géneros que no habían conocido tal nivel de convivencia con anterioridad. Su lenguaje se concentró en la corriente posimpresionista de la escuela de composición francesa y del folclorismo stravinskiano, y su renovación tímbrica se limitaba a la inclusión de instrumentos folclóricos a la orquesta. En la década de los noventa del siglo XX –después de un extendido devaneo entre la represión de la República de 1902 a 1958 y el sentimiento de amor-odio hacia la libre cultura que propició el Realismo Socialista y gracias a la avanzada de Louis Aguirre y sus contemporáneos bebedores de la herencia de Harold Gramatges, Roberto Valera y Juan Piñera entre muchos otros– el escenario cubano toma un camino de modernización real en cuanto a sus criterios y lenguaje mezclando el afrocubanismo de Roldán y Caturla con las sonoridades instrumentales, tímbricas y conceptuales del siglo XX europeo. Alegoría IV, obra para clarinete solo escrita por Louis Aguirre en el año 2000, expone las técnicas extendidas para clarinete y un carácter afrocubanista plasmado tanto en sus rítmicas como en su concepto general. Al analizarla, hemos tenido en cuenta tanto el uso de las técnicas extendidas como su relación con la historicidad estética de la música cubana de conciertos.