CARTA DEL DIRECTOR

Con la publicación tardía del presente número, pareciera que los efectos de la pandemia refuerzan su perversa naturaleza también en las cuestiones más eruditas. Como un pequeño cuaderno de bitácora -sin pretender serlo- dejamos pinceladas de información desde estas líneas de cómo se está desarrollando esta pandemia, con los anhelos puestos en la ciencia y en todos los remedios que -euros de por medio- están empezando a llegar de manera imparable y esperanzadora.

Cuando se consultan los tratados y escritos sobre lo acontecido en los periodos afectados por las grandes guerras, se alude recurrentemente a la necesidad del músico de expresar todo ese horror a través de su lenguaje personal, de cómo afecta al devenir de la obra personal y, al mismo tiempo, cómo la música se usa para fines políticos o propagandísticos. Nuestro entrevistado de este número, el compositor malagueño Eneko Vadillo, contesta rotundamente con un escueto y sonoro <<No>>, a la pregunta de si esta grave y desconocida situación sanitaria dejaría huella en su producción actual.

Es evidente que las circunstancias no son las mismas. El recuento de fallecidos está ahí, pero la sociedad sigue haciendo una vida, en apariencia, normal. Se acude al puesto de trabajo, al gimnasio, a la escuela, a la escasa actividad cultural que aún sigue permitiéndose, a los bares y restaurantes, etc.

Pero ya se habla de los efectos desconocidos de esta aparente cotidianidad, de este confinamiento normalizado. Como todo, se podrá valorar esa incidencia en la población a medio y largo plazo, y es ahí cuando nos daremos cuenta de la cantidad de secuelas que habrá tenido este secuestro virtual.

Ojalá no de tiempo a que estas vicisitudes queden reflejadas en el campo artístico, señal de que habrá pasado por nuestras vidas tan rápido como indeseadamente.