CARTA DEL DIRECTOR

La música contemporánea parece llevar aparejados indeleblemente los calificativos de difícil, cerebral, inasequible y un largo etcétera de éstos que no hacen sino menoscabar la importancia que ha supuesto perpetuar el devenir musical que comenzó  hace ahora algo más de un siglo, si nos atenemos a los períodos comúnmente aceptados por los historiadores, y que no quiso suponer una ruptura con el pasado, antes bien una síntesis, decantación y surgimiento progresivo de una nueva sintaxis, consecuencia ineluctable del proceder de los compositores postrománticos que precedieron al periodo.

Se margina lo que no se entiende. Se supera la propia ignorancia a base de criticar el objeto inabarcable, en vez de optar por la postura más coherente, difícil pero a la vez necesaria, del conocimiento a través de la educación y la cultura.

No ha podido ser todo tan malo, ni tan incoherente, ni tan perverso. No cabe duda de que el gran público se ha alejado de la música actual, pero convendría preguntarse ¿y de qué manifestación cultural que implique una cierta actividad intelectual no lo ha hecho?

La prensa sensacionalista se aprovecha de personajillos inventados para la ocasión, que a fuerza de ser exhibidos, se nos cuelan en nuestras vidas como un modelo en el que la juventud se inspira para asentar modelos de éxito y fortuna express. En la televisión nos bombardean con programas basura de ver para olvidar, que se retroalimentan con la peor versión posible de lo que una persona puede llegar a ser en situaciones aparentemente reales y engañosamente amañadas. En la radio con fórmulas de músicas que repiten sus modelos armónicos y melódicos, de una simplicidad que lindan con lo rudo.

¿Dónde están los valores, el compromiso, la dedicación, la necesidad de aprender, de explorar en los territorios del conocimiento?

No es todo tan malo, ni tan incoherente, ni tan perverso. Basta rascar un poco para que debajo de la mugre podamos ver a otra sociedad más consecuente, más serena, reflexiva, y comprometida con valores comunes.

En términos absolutos, la música popular en cualquiera de sus vertientes tiene hoy día un predominio absoluto sobre la música culta. Obviando las excelentes obras de arte que también ha generado la música de masas, se puede afirmar que al menos se cuenta con una ventaja, y es la de que, por su naturaleza, la música de creación posee larga vida con respecto a la popular, bastante más limitada en el tiempo.

Esto nos da un margen de confianza suficiente: podemos estar seguros que en el tiempo, la buena música se perpetuará y se seguirá interpretando pasados los siglos, como actualmente hacemos con nuestra música heredada de los grandes maestros. Nos da la confianza suficiente para saber que de una manera artística, se transmitirán los valores inherentes a la sociedad que nos ha tocado vivir.