CARTA DEL DIRECTOR

Uno de los aspectos más llamativos que ha dejado la actual pandemia ha sido la nueva forma de relacionarnos con nuestro trabajo.

En su etapa más dura, no hubo más remedio que, a la par que el confinamiento, improvisar un nuevo modelo laboral desde los hogares. La inclusión de las nuevas tecnologías en nuestras vidas adquirió así un desconocido e insospechado valor, que, aunque no era novedoso en muchos sectores, sí supuso la globalización forzada de estas.

Como todo, esta nueva modalidad de teletrabajo tiene sus ventajas e inconvenientes. Se reduce el tiempo de traslado, hay más libertad en la planificación e, incluso, una reducción del absentismo, además de aprovechar la incorporación de otras ideas que llegan desde lugares remotos. Por otra parte, se crea un nuevo conflicto con la familia, es más difícil separar esos espacios, junto con una mayor sensación de aislamiento social, entre otros.

En la educación -y la musical también- supuso todo un reto, ya que significó, de la noche a la mañana, emprender un camino lleno de incertidumbres. Los docentes, con una gran mayoría nada preparada, tuvieron que adaptarse a las circunstancias lo mejor posible, con resultados muy desiguales, llenos de esfuerzos personales y escasa presencia de competencias digitales.

Aunque no existen muchos estudios al respecto, se ha evidenciado que la mayoría de los docentes y discentes de las enseñanzas de conservatorio prefieren la actividad presencial. Las clases individuales siguieron prácticamente tal cual, con la misma metodología, y las grupales dejaron de impartirse o lo hicieron con un refuerzo teórico, en el mejor de los casos. Los procedimientos no cambian o lo hacen muy poco. Simplemente se adaptan al nuevo medio.

Uno de los grandes problemas ha sido, precisamente, las posibilidades individuales en cuanto al acceso a esa tecnología. La falta de una buena infraestructura de redes en muchos lugares, de unos medios técnicos que recogieran con cierta fiabilidad la reproducción/audición de lo que estaba aconteciendo, así como de no poder prestar una completa atención a aspectos tan importantes como la posición corporal, la relajación, e, incluso,  particularidades psicológicas de la interpretación que no han dejado, precisamente, un buen sabor de boca.

No sabemos que evolución tendrá este nuevo escenario, aunque no parece muy probable que, a corto plazo, sustituya a la enseñanza presencial, ya que parece que no se entiende que, a través de los medios tecnológicos actuales, se puedan recoger esa infinidad de pequeños matices inherentes a una enseñanza de alta calidad.

Sin embargo, se ha abierto un periodo de reflexión forzado, que puede desembocar en un uso paralelo de estos medios que faciliten y apoyen una mejor comprensión del hecho musical.

El camino está abierto y las posibilidades por definir, pero se abre un escenario lleno de excelentes oportunidades, quizás también para repensar en común un cambio sobre nuestra enseñanza musical, que, desde muchos sectores, se lleva tiempo demandando.