CARTA DEL DIRECTOR

En estas últimas décadas, hemos podido presenciar un renacimiento del interés por la música en la sociedad, que ha supuesto, paralelamente, un impulso importante en cuanto a nuestras instituciones musicales se refiere.

Quizás, como en todo gran avance, la demanda ha impedido un desarrollo acorde con las circunstancias de estas instituciones, detectándose importantes carencias, principalmente en lo referido  a infraestructuras y planes de estudio.

 Prueba evidente de ello es la falta de espacios que cumplan con los requisitos mínimos que puedan permitir desarrollar la actividad docente en unas condiciones más o menos dignas, con equipamientos y materiales insuficientes en la mayoría de los casos que lastran un correcto avance de la actividad académica, y que retan a la mayoría de los profesionales que desempeñan la docencia a recurrir a múltiples peripecias para llevar a buen término su labor.

No obstante, la falta material no es óbice para que la música haya seguido avanzando en un sentido positivo, principalmente debido al ejemplo de una generación de músicos españoles que se han convertido en referente no solo en la vida musical dentro de nuestro País, sino que han transcendido más allá de nuestras fronteras.

Los aires de renovación se han visto reflejados en un sinfín de cursos, clases magistrales, jornadas, etc., donde se han podido compartir nuevas técnicas y formas de ver e interpretar la música, evitando la coagulación inminente debido a la perpetuación de unos modos de pensamiento que nada tienen que ver con la nueva realidad que vivimos, y no precisamente desde hace pocos días.

Esto no quiere decir que todo el camino esté ya andado, de hecho son pocas las personas, tanto compositores como intérpretes, que deciden iniciar el peregrinaje hacia las nuevas músicas. Pero como decía un joven creador, tenemos la obligación de ser admiradores y seguidores apasionados de lo que nos gusta; es la única manera de romper la tendencia y abrir nuevas vías. Ver y entender con naturalidad el punto del proceso donde nos encontramos, cómo hemos llegado hasta él, cómo sigue evolucionando.

Aunque este tipo de actividades no sean la panacea, no es menos cierto que permiten un primer contacto que en la mayoría de los casos se convierte en catalizador de nuevas ideas, o al menos, sirven para truncar rancios prejuicios y dinamitar las bases sobre las que se asienta el saber personal.