CARTA DEL DIRECTOR

En estos días he podido leer algunas noticias aparecidas en páginas web de distinta procedencia, sobre música, músicos y críticos musicales. Sobre las banalidades, en definitiva, en que nos vemos envueltos.

A decir de muchos, somos unos de los peores colectivos en cuanto a preservar los mínimos aconsejables de educación, compañerismo, corporativismo y bonhomía.

Creo que esta afirmación, como otras tantas, no es del todo justa, aunque sí evidencia una forma específica de relación entre el mundo en general y nuestro Narnia particular.

Los que nos dedicamos o bien a escribir o bien a hacer físicamente audible lo escrito en las partituras, por lo general, tendemos a ser recelosos de los que tienen que convertir en prosa o literatura lo que oyen.

La labor crítica es necesaria. En eso creo que no hay nadie que no pueda estar de acuerdo. El problema se plantea cuando la crítica se queda en un simple comentario, se arroga el derecho por sí misma de ser superior al hecho artístico o evidencia carencias de conocimientos y de ideas sobre el hecho criticado.

Que hay críticos magníficos, de eso no hay duda. Análisis que provengan de personas realmente capacitadas, hacen que la palabra posibilite desentrañar aspectos musicales, estéticos y filosóficos que de otra forma quedarían inéditos, especialmente cuando se trata de música actual, con toda su compleja carga formal y conceptual (aunque, ¿qué estilo no ha llevado aparejado tal carga de complejidad?), y que hace que para la mayoría de oyentes sea un punto de referencia a la hora de comprender (si esto es posible) la música escuchada. Aunque también a veces te invade la extraña sensación de estar siendo valorado por personas con escasos conocimientos, y lo que es peor, sin el más mínimo interés por la música que tienen que auditar. Lo que particularmente menos soporto es esto último, sobre todo porque lleva aparejado una connotación negativa a priori.

En la historia del pensamiento, rebatir los argumentos, mediante el debate y la reflexión, ha sido y sigue siendo la forma natural de avanzar en el mundo de las ideas que nos permiten entender un poco mejor la realidad que nos atañe. El derecho a inquirir de manera sana y reflexiva no puede ni debe ser nunca tomado como un ataque u ofensa personal a un ideario particular, sea este estético o de otra naturaleza. Críticas y sugerencias que provengan desde el hecho reflexivo deben ser aceptadas de buena índole, independientemente de que estén en concordancia con nuestra particular forma de ver las cosas, y para lo que siempre queda, además, el sano derecho de réplica.

Contaminar el debate con referentes personales, no hace sino conducirnos a la dinámica de los despropósitos y del tú más.Tendremos que dejar de lado, músicos y críticos, los falsos estereotipos y prejuicios con los que nos bautizamos recurrentemente, permitir que las ideas críticas fluyan de manera natural de una parte hacia la otra, y, sobre todo, respeto, mucho respeto.